lunes, 28 de mayo de 2007

Son los gobernantes quienes deben temer al pueblo

En cada plaza de cada pueblo de Maltheas, se pudo escuchar el mismo discurso lleno de entrega y vitalidad, creyendo firmemente en lo que decían sus propias palabras:

- Hermanos, ¡atendedme un momento, por favor! Conozco vuestras preocupaciones e imagino que muchos sabréis ya el porqué estoy yo aquí y ahora.

Hizo una pausa para que las miradas se centraran en su rostro y continuó.

- Muchos recodareis todavía u os habrán contado el llamamiento del Gran Teogonista para realizar la cruzada que conquistaría Maltheas en nombre del Dios Sol. Hace unos años conseguimos ganar una batalla determinante a los Nassar y, con ella, esta guerra alcanzó su final consiguiendo que nuestros enemigos cayeran derrotados a nuestros pies.

Hubo algunos vítores de la multitud que se congregaba.

- Sin embargo, no solo no han sido expulsados de la isla sino que les han permitido adorar a su falso dios y, sobre todo, han aprobado la construcción de nuevas iglesias en honor a Kaaba.

Un silencio tenso se apoderó de la audiencia.

Nuestros líderes, aquellos que ganaron la guerra, los encargados de llevar a cabo esta cruzada, ahora actúan como si tuvieran miedo de ellos. Eso es totalmente inadmisible. Nosotros les demostraremos que no tenemos miedo. Nosotros completaremos esta misión sagrada, nosotros terminaremos la conquista que iniciaron, ¡nosotros no nos acobardaremos! Todos unidos conseguiremos completar la cruzada de Maltheas. Seremos nosotros: el pueblo, quienes les recordemos que Maltheas aún no ha sido conquistada. ¡Nosotros conseguiremos que todos los herejes que se encuentran en nuestra isla sean expulsados!

miércoles, 16 de mayo de 2007

La llave que abrió la puerta

Un lugar apartado, al aire libre. Silencio quebrado, a ratos, por el canto lastimero del milano nocturno. Olor penetrante (incienso de sándalo, óleos perfumados, carbones y brasas atizados). Una figura afilada, esbelta, piel pálida, intensos ojos de color brillante y una voz apurada leyendo los textos de un libro ajado, con la apariencia de haber sido manejado por mil manos distintas en otras tantas vidas. Un libro en cuero negro, con páginas en una piel extraña y escritas con tinta roja, sin título ni datos en su encuadernación, manuscrito y no impreso, antiguo, extraño e incomprensible, apoyado en una sencilla piedra desnuda.

Palabras.

- Kalesha. Oanna. Aynah. Gelosa.

El humo se retuerce como una serpiente. Polvos arrojándose sobre las brasas, aceites vertiéndose, una mano dibuja en el polvo una figura cuadrúpeda.

- Ummala. Huraesha. Tasesa morana Xekula. Zhazhale Enjha.

Un sonido, como de tierra removiéndose.

- ¡Yorobana! ¡Mare!

Tierra agrietándose, olor sulfuroso, vapor de agua y eccemas purulentos, llamas y humo, humo cubriéndolo todo, espeso como aceite.

- ¡Arkaleima! ¡Zultakama! ¡Reshenila!

Y un gemido lastimero, como un relincho, y fuego y colmillos sedientos de sangre.

Y silencio.

domingo, 13 de mayo de 2007

Frente al mar

Si alguna vez alguien se hubiera preocupado de preguntarle sencillamente si se encontraba sólo, probablemente muchas cosas hubieran cambiado. Algunas veces, cuando miraba la inmensidad del Mar de Rhûa, desde la costa, y se ponía a pensar, bañado por las luces cárdenas de otro atardecer, recordaba los años pasados, y no resultaban recuerdos agradables. Quizá (tan sólo quizá) si alguna vez su madre se hubiera parado a darle un beso de amor maternal, si su padre se hubiera preocupado tan sólo un poco de averiguar cómo se sentía (Amor de los dioses, aún sentía náuseas al recordar el mercado de animales de Erkidon) hubiera existido la posibilidad de que el destino hubiera transcurrido de otra manera.

Eran tan sólo conjeturas que su mente, poco dada a dejarse llevar por infames "y si", desechaba con un bufido de rabia. Pero ella era diferente. Le daba un porqué, un sentido y un nexo de unión con algo que poder llamar infancia, y familia. Había sido la primera persona - y eso, para cualquier niño, era un horror personal que nadie podía entender - que se había preocupado, alguna vez, por saber cómo se sentía.

Más de una vez le habían dicho que era amor. Todo era una patraña. Sería un insulto denigrar su relación con un término así, reducirla a otro objeto de dormitorio con la que compartir algo más que palabras; no, cualquiera serviría para algo así, pero ella era algo más. Alguien en quien, verdaderamente confiar, y la única persona por la que se dejaría matar sin dudarlo un sólo instante. Nadie se había explicado porqué un día se había dignado a defenderla. La primera vez que alguien le tiró de las trenzas - cuando ella aún llevaba trenzas -, lloró. La primera vez que alguien la insultó, sangró. Si alguien, alguna vez, quisiera hacerle daño, moriría.

Así era él.

Ahora - otra tarde más, otro atardecer, una nueva luz festoneada de rojo - volvía a mirar al mar, y las olas morir en la playa, y sentir el aroma a sal, y el eco de los gritos ásperos de los marineros, allí en el puerto, y se preguntó bajo qué techo dormiría esa noche y porqué no le habría pedido que le siguiera. Sabía, sin embargo, que igual que ella nunca le dejó a un lado - ni siquiera la primera vez que mató -, él tampoco podría hacerla.

No, no era amor. Era su hermana, y eso era mucho más grande. Pero nadie entendía eso.

En aquellas tardes, sentado frente al mar, afilaba su hacha y sonreía.

Como un animal.

jueves, 3 de mayo de 2007

El Imperio Nassar

Corriendo el año 2680, según el Calendario Imperial de Ligenia, desde el final de la Era del Caos, llegó al poder del Imperio Nassar, el más poderoso de todos los reinos de las Tierras del Sur, el rebelde Yoashim I, de la Casta guerrera de los jenízaros, y fue coronado como el señor de todas las tierras de los Nassar. Bajo su llegada, el culto a Kaaba (el Conquistador del Universo) relanzó su poder y fue abolido el culto a cualquiera otra deidad en el Imperio.

Inmediatamente, el Imperio Nassar anunció su decisión de abandonar el Consejo de la Espada, y finalmente, la venerable organización observó cómo uno de los miembros fundadores, por vez primera en toda su historia, la abandonaba, para consternación de todos los Reinos que comparten el mar interior con el Imperio del sur.

Finalmente, los Reinos de Hafás fueron absorbidos por el beligerante Imperio, que una vez más, vuelve a la guerra por la supremacía en las Tierras del Sur.