miércoles, 16 de mayo de 2007

La llave que abrió la puerta

Un lugar apartado, al aire libre. Silencio quebrado, a ratos, por el canto lastimero del milano nocturno. Olor penetrante (incienso de sándalo, óleos perfumados, carbones y brasas atizados). Una figura afilada, esbelta, piel pálida, intensos ojos de color brillante y una voz apurada leyendo los textos de un libro ajado, con la apariencia de haber sido manejado por mil manos distintas en otras tantas vidas. Un libro en cuero negro, con páginas en una piel extraña y escritas con tinta roja, sin título ni datos en su encuadernación, manuscrito y no impreso, antiguo, extraño e incomprensible, apoyado en una sencilla piedra desnuda.

Palabras.

- Kalesha. Oanna. Aynah. Gelosa.

El humo se retuerce como una serpiente. Polvos arrojándose sobre las brasas, aceites vertiéndose, una mano dibuja en el polvo una figura cuadrúpeda.

- Ummala. Huraesha. Tasesa morana Xekula. Zhazhale Enjha.

Un sonido, como de tierra removiéndose.

- ¡Yorobana! ¡Mare!

Tierra agrietándose, olor sulfuroso, vapor de agua y eccemas purulentos, llamas y humo, humo cubriéndolo todo, espeso como aceite.

- ¡Arkaleima! ¡Zultakama! ¡Reshenila!

Y un gemido lastimero, como un relincho, y fuego y colmillos sedientos de sangre.

Y silencio.

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