Si alguna vez alguien se hubiera preocupado de preguntarle sencillamente si se encontraba sólo, probablemente muchas cosas hubieran cambiado. Algunas veces, cuando miraba la inmensidad del Mar de Rhûa, desde la costa, y se ponía a pensar, bañado por las luces cárdenas de otro atardecer, recordaba los años pasados, y no resultaban recuerdos agradables. Quizá (tan sólo quizá) si alguna vez su madre se hubiera parado a darle un beso de amor maternal, si su padre se hubiera preocupado tan sólo un poco de averiguar cómo se sentía (Amor de los dioses, aún sentía náuseas al recordar el mercado de animales de Erkidon) hubiera existido la posibilidad de que el destino hubiera transcurrido de otra manera.
Eran tan sólo conjeturas que su mente, poco dada a dejarse llevar por infames "y si", desechaba con un bufido de rabia. Pero ella era diferente. Le daba un porqué, un sentido y un nexo de unión con algo que poder llamar infancia, y familia. Había sido la primera persona - y eso, para cualquier niño, era un horror personal que nadie podía entender - que se había preocupado, alguna vez, por saber cómo se sentía.
Más de una vez le habían dicho que era amor. Todo era una patraña. Sería un insulto denigrar su relación con un término así, reducirla a otro objeto de dormitorio con la que compartir algo más que palabras; no, cualquiera serviría para algo así, pero ella era algo más. Alguien en quien, verdaderamente confiar, y la única persona por la que se dejaría matar sin dudarlo un sólo instante. Nadie se había explicado porqué un día se había dignado a defenderla. La primera vez que alguien le tiró de las trenzas - cuando ella aún llevaba trenzas -, lloró. La primera vez que alguien la insultó, sangró. Si alguien, alguna vez, quisiera hacerle daño, moriría.
Así era él.
Ahora - otra tarde más, otro atardecer, una nueva luz festoneada de rojo - volvía a mirar al mar, y las olas morir en la playa, y sentir el aroma a sal, y el eco de los gritos ásperos de los marineros, allí en el puerto, y se preguntó bajo qué techo dormiría esa noche y porqué no le habría pedido que le siguiera. Sabía, sin embargo, que igual que ella nunca le dejó a un lado - ni siquiera la primera vez que mató -, él tampoco podría hacerla.
No, no era amor. Era su hermana, y eso era mucho más grande. Pero nadie entendía eso.
En aquellas tardes, sentado frente al mar, afilaba su hacha y sonreía.
Como un animal.
domingo, 13 de mayo de 2007
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Y al otro extremo de la isla, en algún lugar, una chiquilla observaba hacia atrás por el largo camino ya recorrido.
Con las lunas apareciendo en el horizonte, pensaba lo duro que había sido tomar aquella decisión. Le había costado no decir a su hermano que se fuera con ella. Muchas veces había estado tentada de decirle que se viniera con ella. ¡En cuántas ocasiones se había mordido la lengua para no contárselo todo! Sin embargo, también era consciente que eran como uña y carne y que volverían a estar juntos, a divertirse juntos, a luchar juntos, a viajar juntos…
Le escribió una carta pidiéndole que fuera a la fortaleza de su padre. Allí se lo explicaría todo. Tan pronto como la hubo terminado, la preparó tal y como se preparan las cartas justo antes de contratar a un mensajero para que la lleve junto al destinatario. Aunque después, la guardó con todo cuidado en su mochila.
“No, aún no. Aún es demasiado pronto. Aún no puedo.”
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