"¿Puedes entenderlo?"
Al oír la familiar voz, la gran bestia removió su hocico escamoso y se volvió, gruñendo suavemente, para mirar con uno de sus enormes ojos ambarinos al amo. Hubiera podido semejar que era un gato, pero un gato cuyas alas medían más de treinta pies de largo, y en cuya mandíbula cupiera un niño sin ser siquiera rozado por los dientes.
- La Muerte es algo horrible.
Enión se revolvió un poco más, y una de sus enormes zarpas rascó sobre la arena del patio donde dormitaba al sol de la mañana, dejando un profundo surco.
- Para tí es difícil entenderlo. Antes que a mí, serviste a mi padre, y después que mí, servirás a mi hijo, y al hijo de mi hijo, y al hijo de su hijo... Y así, durante incontables años, hasta que una lanza afortunada o un cañón preciso apague tu fuego, o hasta que el Fin de los Tiempos nos consuma a todos.
No todos los dragones eran iguales; algunos desarrollaban una malévola inteligencia, o un espíritu gentil. Otros no eran más que enloquecidas bestias para la guerra, o cazadores implacables que gobernaban sobre dominios enteros. Pero incluso el más torpe y salvaje del pueblo de Aasterinian comprendía los sentimientos, y Enión miró a su amo con solícita comprensión desde su mirada y gañió suavemente.
El Emperador Häghendorf palmeó el lomo de su montura y continuó hablando.
- Hay demasiados enemigos de parte a parte del ancho conocido. Brionne sigue perdido en una guerra estúpida por una comarca arruinada. Navrod se engrandece y nos desafía, manteniendo a Sylvania como colchón de una estúpida disputa. El Imperio Nassar crece más cada día, anunciando el tiempo de una guerra que hará teñirse de rojo el Mar de Rhûa que nos separa.
En medio de ambos, Maltheas se aferra a la débil esperanza de sobrevivir por la fuerza de la espada, sosteniéndose tan sólo por la precaria existencia de un mithril que no sabemos cuándo más va a durar. De las tierras del Este dicen los comerciantes de la Ruta de Jade que los Haiga se congregan alrededor del Gran Khan y que asediaron Grunkedash. El Rey de Caledor es un imbécil que pretende aprovecharse de la desgracia del Imperio para extender su poder, creyendo que puede desafiar al ejército imperial. Por doquier florecen adoradores y cultos a los Dioses Oscuros, y la Inquisición no puede estar en todas partes...
El Emperador de Ligenia le dió la espalda a su montura, mientras, con los brazos cruzados sobre sus riñones, agachada la cabeza, suspiró.
- Mi hijo no comprende aún cuán oscuros son los tiempos que se avecinan. Yo soy el único que puede sacar adelante al imperio. Soy el único que puede liberar a los pueblos libres de las Tierras del Oeste contra la tiranía de los Dioses Oscuros y alzar a la humanidad como parangones. Que los elfos sigan creyendo en viejas leyendas y esperen el retorno de los dioses al mundo de los hombres. Ésta es la Era de los Hombres y seremos los hombres quiénes tendremos que empuñar las espadas.
Su Majestad Imperial empezó a caminar hacia la entrada al recinto amurallado que rodeaba el patio de armas sobre el que había caminado para ver a Enión.
- No puedo morir. La humanidad me necesita. ¿Puedes entenderlo, Enión? No puedo dejarme morir...
Al oír la familiar voz, la gran bestia removió su hocico escamoso y se volvió, gruñendo suavemente, para mirar con uno de sus enormes ojos ambarinos al amo. Hubiera podido semejar que era un gato, pero un gato cuyas alas medían más de treinta pies de largo, y en cuya mandíbula cupiera un niño sin ser siquiera rozado por los dientes.
- La Muerte es algo horrible.
Enión se revolvió un poco más, y una de sus enormes zarpas rascó sobre la arena del patio donde dormitaba al sol de la mañana, dejando un profundo surco.
- Para tí es difícil entenderlo. Antes que a mí, serviste a mi padre, y después que mí, servirás a mi hijo, y al hijo de mi hijo, y al hijo de su hijo... Y así, durante incontables años, hasta que una lanza afortunada o un cañón preciso apague tu fuego, o hasta que el Fin de los Tiempos nos consuma a todos.
No todos los dragones eran iguales; algunos desarrollaban una malévola inteligencia, o un espíritu gentil. Otros no eran más que enloquecidas bestias para la guerra, o cazadores implacables que gobernaban sobre dominios enteros. Pero incluso el más torpe y salvaje del pueblo de Aasterinian comprendía los sentimientos, y Enión miró a su amo con solícita comprensión desde su mirada y gañió suavemente.
El Emperador Häghendorf palmeó el lomo de su montura y continuó hablando.
- Hay demasiados enemigos de parte a parte del ancho conocido. Brionne sigue perdido en una guerra estúpida por una comarca arruinada. Navrod se engrandece y nos desafía, manteniendo a Sylvania como colchón de una estúpida disputa. El Imperio Nassar crece más cada día, anunciando el tiempo de una guerra que hará teñirse de rojo el Mar de Rhûa que nos separa.
En medio de ambos, Maltheas se aferra a la débil esperanza de sobrevivir por la fuerza de la espada, sosteniéndose tan sólo por la precaria existencia de un mithril que no sabemos cuándo más va a durar. De las tierras del Este dicen los comerciantes de la Ruta de Jade que los Haiga se congregan alrededor del Gran Khan y que asediaron Grunkedash. El Rey de Caledor es un imbécil que pretende aprovecharse de la desgracia del Imperio para extender su poder, creyendo que puede desafiar al ejército imperial. Por doquier florecen adoradores y cultos a los Dioses Oscuros, y la Inquisición no puede estar en todas partes...
El Emperador de Ligenia le dió la espalda a su montura, mientras, con los brazos cruzados sobre sus riñones, agachada la cabeza, suspiró.
- Mi hijo no comprende aún cuán oscuros son los tiempos que se avecinan. Yo soy el único que puede sacar adelante al imperio. Soy el único que puede liberar a los pueblos libres de las Tierras del Oeste contra la tiranía de los Dioses Oscuros y alzar a la humanidad como parangones. Que los elfos sigan creyendo en viejas leyendas y esperen el retorno de los dioses al mundo de los hombres. Ésta es la Era de los Hombres y seremos los hombres quiénes tendremos que empuñar las espadas.
Su Majestad Imperial empezó a caminar hacia la entrada al recinto amurallado que rodeaba el patio de armas sobre el que había caminado para ver a Enión.
- No puedo morir. La humanidad me necesita. ¿Puedes entenderlo, Enión? No puedo dejarme morir...
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